martes, julio 18, 2006

La casa de Amitivylle

Todos conocemos la casa de Amityville, (aunque unos mejor que otros) ya solo sea por las películas que hay de ella, o libros...
Pero aquí os va un extracto sacado del libro "Aquella casa maldita en Amityville", editorial EDAF.




Día 8

Jueves, 25 de diciembre de 1975

George se sentó en la cama. Sabía perfectamente la hora que era sin necesidad de tener que mirar el reloj: las tres y cuarto de la madrugada. No entendía cómo era posible que esa noche también se despertara a la hora de siempre. Había dormido profundamente, pero solo una hora, porque se habían acostado tarde después de marcharse la madre y el hermano de Kathy. Pensaba que hoy dormiría hasta por la mañana, pero se había equivocado.


A su lado, su esposa descansaba tranquilamente, bocabajo y tapada hasta la cintura. Todo parecía normal, no se escuchaba nada, salvo el silbido del viento entre los árboles del jardín. Se respiraba cierto ambiente acogedor, y cayó en la cuenta de que era la primera vez que tenia esa sensación en la casa desde que se habían mudado, hacia una semana. El dormitorio estaba oscuro, pero podía ubicar los objetos gracias a la luz de la Luna que entraba desde el jardín.


De pronto, su mujer empezó a murmurar algo entre dientes, pero George no logró descifrar lo que estaba diciendo. Se esforzó. Incluso acerco su oído a ella con la intención de escuchar mejor sus palabras, pero no lo consiguió. Kathy inspiró profundamente y se incorporó de golpe. Parecía perdida. Su cabeza empezó a moverse con rapidez, mirando a un sitio y a otro, como desorientada. Con la respiración entrecortada, logró pronunciar algunas palabras.


—¡En la cabeza! —gritó sin mirar a su marido, que la observaba estupefacto-. i Le dispararon en la cabeza!.


George la cogió por el brazo y le acarici6 la cara. Después la abrazó con dulzura.


—Vamos, cariño. Tranquilízate. Solo ha sido una pesadilla. Nada más...


Kathy se acurrucó entre los brazos de su marido y volvió a quedarse profundamente dormida. Entonces la dejó nuevamente sobre la cama y se levantó para ir, como todas las noches, a la caseta del embarcadero. Otra vez sintió la imperiosa necesidad de comprobar si la puerta estaba o no cerrada. Se vistió, se puso su chaqueta de abrigo y salió al frío helado del jardín. La luz de la luna imprimía tonalidades blanquecinas a todo cuanto había a su alrededor. Se miró las manos, y también las vio blancas.


George llegó al embarcadero donde guardaba la lancha. Harry, el perro, salió de su caseta al oír sus pasos, pero ni siquiera ladró. Lo reconoció de inmediato. George se quedó unos instantes acariciando al animal, mientras miraba hacia la puerta cerrada del recinto de madera. Dejó a Harry y se acercó un poco más.

Observó la cerradura y se dio cuenta de que la llave seguía echada. Todo en orden. Se levantó el cuello del abrigo para protegerse la nuca y echo a andar por el camino de vuelta a la casa.


Al llegar a la altura de la piscina algo llamó su atención en el primer piso. Se detuvo en seco y miró hacia la ventana de la izquierda, la de la habitación de la pequeña Melissa. Le pareció ver un movimiento, pero no pudo distinguirlo claramente. Entonces se restregó los ojos con las manos para aclarar la visión y trató de enfocar un poco más la vista hacia el cristal. El corazón se detuvo de golpe.


Allí, desde la ventana de su habitación, Missy lo observaba intensamente. Seguía todos sus movimientos con los ojos abiertos como platos. Detrás de ella, George creyó ver de forma borrosa la cara de un cerdo con unas brillantes pupilas de color rojo, que parecían taladrarlo con la mirada. Su respiración se agitó y no tuvo más remedio que llevarse la mano al pecho, tratando de recuperarse de la impresión. Cuando recobró el aliento, echo a correr con todas sus fuerzas hacia la casa. A oscuras, subió de cuatro en cuatro los peldaños de la escalera y llegó, casi sin respiración, a la habitación de Missy.

Todo parecía estar en calma. La niña descansaba plácidamente en su cama. Daba la sensación, además, de que su sueño era muy profundo. Desde la puerta, George miró hacia la ventana donde, supuestamente, acababa de ver a Melissa y lo que el había identificado como una cabeza de cerdo con ojos brillantes. Pero no había nada. Solo la luz de la Luna, que se colaba a través de los cristales e iluminaba esa parte del dormitorio.


Contrariado, y un poco confuso, George se dio media vuelta con la intención de meterse de nuevo en la cama y seguir descansando. Pero no llegó a dar ni un solo paso. Un leve crujido, lento, que se repetía en una especie de vaivén desconcertante, empezó a sonar a su espalda. Entonces giró la cabeza en dos segundos que le parecieron eternos, y vio que Missy seguía dormida en su cama. A través de la ventana se veía el jardín y la claridad plateada del reflejo lunar.

Pero esta vez si pudo observar algo distinto. Sus ojos se fueron desplazando muy despacio hacia la derecha. Y allí, cerca de la ventana, a los pies de Missy, la mecedora de su hija se balanceaba sola adelante y atrás, sin que nadie, aparentemente, lo estuviera provocando. La mecedora estaba vacía.


A las nueve de la mañana, Kathy y George desayunaban en la cocina. Los niños seguían dormidos aún a esa hora. Ambos habían decidido comentar algunas de las cosas que habían ocurrido en los últimos días, pero los dos se callaron determinadas experiencias. Ninguno de los dos quería ser tornado por loco. Así que Kathy no contó a su marido el episodio del crucifijo en el armario, y el decidió no comentarle nada, de momento, sobre lo que había ocurrido la noche anterior en la habitación de Melissa.

Lo de la temperatura en esta casa es muy extraño —dijo Kathy, apurando el último sorbo de café—. El frío parece que se mueve. No siempre esta en el mismo sitio. A veces esta aquí en la cocina, otras veces en el baño... anoche, por ejemplo, la habitación de juegos del ático estaba helada. Y no dejaba de ser sorprendente, porque me acerque al radiador y estaba caliente. Pero no se podía estar en ese cuarto del frío que hacia.


—Si —respondió George, sintiéndose comprendido—. El frío se mueve... aunque parece que siempre se mueve conmigo, Kathy. Te juro que en los siete días que llevamos aquí todavía no he podido entrar en calor. Es como si se hubiese alojado en mi...


Kathy recogió los platos y las tazas y las depositó en el fregadero.


Eso me recuerda, querido, que necesitamos Hemos gastado mucha estos días y el pronóstico del tiempo no hace más que anunciar nieve. También deberíamos comprar algunos alimentos... No hemos salido de los límites de esta parcela en una semana, y la despensa empieza a estar vacía.


Oye —dijo el, cambiando de asunto: la idea de salir no le apetecía lo mas mínimo-. ¿No crees que tendríamos que llamar de nuevo al padre Pecararo? Es muy raro lo que me dijo sobre el cuarto de la costura. Hemos convencido a los niños para que no entren allí, pero ni tú ni yo sabemos la razón exacta...


Kathy movi6 la cabeza afirmativamente y se dirigió al teléfono. A los pocos segundos regresó algo cabizbaja.
No responde. Debe de haber viajado a casa de su madre para pasar junto a ella la Nochebuena. Lo intentare más tarde. Ante el silencio de George, Kathy se dio cuenta de que su marido había eludido el tema de ir al supermercado. Así que suspiró profundamente y se quito el delantal.


—Está bien, querido. Me ofrezco voluntaria para ir a la compra.


Sobre las siete de la tarde, Kathy decidió subir a la habitación de juegos para ayudar a sus hijos a cambiarse para la cena. La comida estaba prácticamente preparada y George parecía no tener muchas ganas de hablar. De nuevo se había irritado, y ella no tenía ni idea de la razón que le había provocado el enfado esta vez. En cualquier caso, no estaba dispuesta a dejar que nada enturbiase su buen humor esa noche. Por la tarde había empezado a nevar, eso le había traído una agradable sensación de bienestar.


Mientras imaginaba los copos de nieve cayendo sobre la hierba del jardín, Kathy llegó al descansillo de la primera planta. Se disponía a girar a la izquierda para subir al ático, cuando escuchó hablar a Melissa en su habitación. Sonrió, pensando que por fin sus hijos hablaban civilizadamente entre ellos en lugar de pelearse, y le sorprendió gratamente el hecho de que los mayores guardaran silencio mientras Missy se dirigía a ellos.

Pero cuando llegó a la altura de la puerta del dormitorio, Kathy descubrió que su hija estaba hablando sola.
Es bonita la nieve, ¿verdad, Jodie? —preguntó Missy, balanceándose lentamente en su mecedora y mirando hacia el otro lado de la habitación.


Kathy siguió la mirada de su hija, pero su vista se perdía en un rincón vacío del dormitorio.


-¿Con quien estás hablando, pequeña? —interrumpió la madre sonriente, pensando en el típico juego de niños de amigos imaginarios con los que se habla y se juega.


Con Jodie, mamá. Es un cerdito. Y es mi amigo. Nadie puede verlo. Solo yo.


«Vaya» —pensó Kathy—. «Esta vez si que ha llegado lejos con la imaginación. No ha pensado en una amiga o un amigo humano, sino en un animal... y nada de un perro o un gato, no: un cerdo. Era de lo más rebuscado, y cómico al mismo tiempo.»


—Bueno, cariño —dijo Kathy en voz alta—. Casi es la hora de la cena, así que podemos ir lavándonos las manos, ¿de acuerdo? Papá nos está esperando abajo. Yo iré a buscar a tus hermanos...

—A Jodie no le gusta papá —mencionó la niña cuando su madre estaba a punto de atravesar el umbral de la puerta.

—Ah, ¿no? ¿Y por qué no le gusta, si puede saberse?


Melissa permaneció callada unos segundos, sin dejar de balancearse y de mirar al rincón solitario. Finalmente, respondió a su madre.

Dice que le recuerda a la persona que lo mató...

Kathy se sorprendió con aquella respuesta. Una cosa era que su hija se inventase personajes o amigos, pero otra bien distinta resultaba aquel comentario nada usual para un juego de una niña de cinco años.
Melissa, por favor —repitió su madre, intentando desviar el tema de la conversación—. Levántate de ahí y ve a asearte. Es casi la hora de cenar.


Kathy dejó la habitación de su hija y caminó despacio hacia la escalera del ático. Al pasar junto al cuarto de la costura se quedó mirando unos instantes la puerta cerrada de la habitación, en la que no entraba nadie desde el día anterior. Entonces se dio cuenta de que Missy estaba mirando a un punto concreto de la pared que compartían el dormitorio y el cuarto de la costura. Sintió un escalofrío y empezó a subir rápidamente hacia el ático intentando apartar ese pensamiento de su mente.

A una media hora en coche de allí, el padre Ralph Pecararo descansaba en su casa, anexa a la parroquia del Sagrado Corazón.

Llevaba dos días sin salir debido a la gripe, que le provocaba una fiebre que subía por encima de los cuarenta grados. El sacerdote se metió en su cama, realmente sorprendido por el hecho de que los Lutz no respondieran a sus llamadas.

La policía le había confirmado que estaban en su casa y él no dejaba de telefonear. Pero no alcanzaba a conocer la razón por la que no descolgaban el auricular.

Toda esta historia le parecía cada vez más misteriosa. Tiritando de frío, y sudando al mismo tiempo, el padre Pecararo decidió hacer caso a su médico y aparcar todo el trabajo pendiente, tanto del tribunal como de sus pacientes.

Intentó descansar, pero no pudo. En su cabeza circulaba constantemente una misma palabra: «maligno».

Su preocupación por la familia Lutz se multiplicó por tres.


AQUELLA CASA MALDITA EN AMITYVILLE

de Carlos Cala, editorial EDAF

P.V.P. 13,95 € - 232 páginas -

Formato 16 x 24 cm - Rústica con solapa



Nueva película del director de Suicide Club

Sion Sono, el director de la inquietante pelicula de culto Suicide Club dirige Exte-Hair Extensions, aunque su argumento es más parecido al de la cinta coreana Wig.

El protagonista es el vigilante de una morgue que decide vender a una peluqueria las extensiones capilares encontradas junto al cadáver de una chica. Ni que decir tiene que las mencionadas extensiones empezarán a hacer muy pronto de las suyas. Además, el vigilante descubrirá que algo extraño pasa con el cadáver de la joven.
Personalmente la película Suicide Club me encantó, pero no se yo si esta prometerá. (Quien haya visto The wig, me entenderá jeje)

Google y la Isla Pirata

Google Earth y BVI Europa se han unido en una propuesta muy interesante. Todos conocemos el programa de Google en el que podemos viajar a lo largo y ancho del globo terraqueo y visualizar cualquier parte del mundo en detalladas fotos satelite.

Pues gracias a esta propuesta, podremos visualizar la famosa Isla Pirata de la pelicula Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto.

Paris Hilton podría cagar en tu casa

Paris Hilton es la reina de las excentricidades y esta vez una familia de granjeros alemanes fueron sus víctimas. Según cuenta la revista 'More', Paris, mientras estaba de tour por Europa, ordenó al piloto de su helicóptero que hiciese una parada de emergencia en una granja para poder usar el cuarto de baño. Una vez en la granja, siguió ordenando: "Dejó al granjero un poco en shock . Sus gorilas incluso bloquearon la puerta de entrada a la familia, prohibiéndoles entrar a su propia casa mientras ella estuviese usando el baño", dijo una fuente a la revista. Suponemos que Paris, se estaba cagando.

Aparentemente Paris después de hacer de vientres, pasó unos diez minutos en el porche de la entrada de la casa del granjero, fumándose un cigar, y éste dijo de ella: "Era fría como un pez, y maldecía el tiempo". El tiempo... ese tema tan recurrente para tratar entre desconocidos...



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Como dejar a tu novio

Por fin he vuelto, aunque por poco tiempo porque me vuelvo hoy mismo para barcelona. Perooooo el 2 de Agosto estoy aquí otra vez. No sufrais babys ;)

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